Poemas

Si también te gusta la poesía, deberías echarle un vistazo a mi blog de poemas: Gris pradera verde

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No conocía a esa gente… aquel no era su barrio… eran ellos, pero no eran ellos… Sus formas de ser, su carácter… se había desvanecido, cómo se desvanecen los sueños al llegar el amanecer, no quedaba nada. ¡Nada! Sólo polvo…

Lo sabía por la forma en que lo miraban… sus antiguos amigos, sus familiares,… No…  No eran… no podían ser ellos. Aquellos que iban con él a ver el partido, que lo saludaban por la calle, que no fingían desconocerlo…

Pero su barrio se había convertido en el barrio de otros, era un extraño, ¡un delincuente! O así es cómo lo decía la gente. Los que conocía pasaban de largo, le giraban la cara, le arrancaban el corazón, y los desconocidos, que seguramente lo habrían visto en los periódicos, le señalaban o le miraban con cara de pánico. Cambiaban de acera cuándo iban con niños, sin ningún motivo.

Giró la esquina… tenía claro a dónde iba. Se encontró a Charlie, que en sus tiempos, había sido quizás su mejor amigo, o quizás tan sólo uno más, con un vínculo débil cómo un hilo, pero camuflado de “gran amistad”. Hacía tiempo que no lo veía, desde lo del suceso…
-         Eymen… Has salido por la tele, tronco. ¿Es verdad eso que dicen? En el barrio no se habla de otra cosa.

Continúa avanzando, sin contestar, quizás no sabe qué contestar, o quizás no sabe si de verdad Charlie espera una respuesta. Pasa por el antiguo parque infantil, con el suelo acolchado para que los niños no se hagan daño, con apenas un tobogán y unos columpios viejos. Al fondo se ve, con algunas letras aún parpadeando en verde, el cartel de la puerta del bar “Bola”. Cuando era pequeño solía jugar en ese parque, su nombre estaba marcado en todo trozo de madera que allí se hallase. Pero ahora ya no era su parque… era un parque… cualquiera. Y todo desde el suceso…

A cada paso que daba, parecía que la palabra “Asesino” estuviese marcada en su cara, no cabía duda, por sus venas corría la sangre de un asesino, o… al menos, no cabía duda para el resto de la gente. Al girar de nuevo la esquina, ya tomando la subida hacia la calle “Palmeritas”, un hombre con el rostro enrojecido, medio encorvado, a la puerta de un bar, le observaba entrecerrando un ojo, con la copa en la mano. Se acercó al susodicho con un poco de miedo.
-         Yo… te conozco. Tú eres aquel tío de la tele… - el hombre reclinó un poco y lo miró de nuevo - ¡Te estoy hablando!

Tambaleándose, con la botella en la mano, el hombre se acercó a él. Pero él continuó, tenía que llegar al juicio, no podía detenerse, y tampoco tenía nada que alegar, todo lo que el hombre había dicho era verdad.
-        ¡Cerdo! Eres tú… la gente como tú no debería andar por el mundo.

El hombre se aproximaba cada vez más. Él se giró y lo miró, alzaba la botella en la mano derecha y le miraba fijamente. Todo se volvió negro.

El hombre miró su mano, la botella rota. El chico estaba en el suelo, con la cabeza ensangrentada. Dándose cuenta de lo que había hecho, el hombre se marchó corriendo.
Pasando por delante de la puerta del bar, pudo oír la televisión:
-    Noticia de última hora. Se han encontrado pruebas que demuestran la inocencia de Roy Campos. El chico había sido acusado de matar a su vecina, e iba a ser juzgado en 5 minutos en el juzgado que se encuentra en la subida de la calle “Palmeritas”.

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