Poemas

Si también te gusta la poesía, deberías echarle un vistazo a mi blog de poemas: Gris pradera verde

Los gritos del Fuego

Juro que todo lo que les voy a relatar sucedió, por extraño que parezca.

Yo vivía solo en un bonito lago de la zona del macizo Galaico. En aquella zona se gozaba de veranos templados, aunque inviernos un poco más fríos, y de una excelente abundancia de pescado de calidad.

Todo empezó un día en que yo salí a pescar al lago, como de costumbre, en mi pequeña barca. No era el mejor día para pescar: Estábamos en invierno, llovía y el lago había aumentado su anchura varios metros. Pronto me di cuenta, mientras me adentraba en el lago, de que la visibilidad era prácticamente nula. Al fondo, en medio del agua, vi un brillo. La espesa niebla que había no me permitía verlo con claridad, pero más o menos se distinguían unas ventanas con la luz encendida y lo que parecía un embarcadero.

Acerqué mi barca allí. A pesar de tener luz, la casa parecía abandonada. Bajé de mi bote y me aventuré entre un jardín de rosas hacia la puerta de la bonita pero más que extraña casa. Me topé con que la puerta estaba abierta, y entré dentro. A mi espalda la puerta se cerró sola, generando tal estrépito que me hizo dar un respingo y ocultarme tras un mueble cercano.

A la vista de que nada ocurría, decidí salir. Las paredes de la casa estaban sin pintar. Parecía como quemada. Mientras caminaba a lo largo del recibidor, un extraño traquido llegó a mis oídos, seguido de una voz de niño, tranquila, aguda, repetitiva, fría, que me heló los sentidos y me paralizó en el sitio. La voz repetía una y otra vez “La, lala, lalaala” en tono de canción. Se comenzaron a oír pasos. Estaba bajando por las escaleras que se encontraban al fondo, sombrías y cubiertas por un halo de terror.

Lo primero que se vio fue un fulgor extraño, rojizo. Luego de entre las sombras emergió un niño de tez pálida, muy flaco, con los pómulos hundidos y los ojos salidos de sus órbitas. Al verme el niño corrió hacia mí. Me atravesó como si de una nube de vapor se tratase y al girarme ya no estaba.

Lógico parece pensar que lo que cualquiera haría en esta situación sería irse, salir por la puerta por la que había entrado y dejar aquella casa y sus misterios en el lago. Pero sólo mirar hacia el lugar por donde aquella criatura había desaparecido me aterrorizaba y, lo reconozco, no tenía valor para acercarme a aquella puerta. ¿Qué extrañas maldades me estarían observando?

Cuando, poco a poco, comencé a poder reaccionar fui hacia las escaleras. Su terrorífico y sombrío halo comenzó a rodearme. Tristes penas helaron mi corazón mientras subía aquellas escaleras. Una vez llegué arriba me encontré de nuevo en pasillo. Bastante estrecho, tenía las paredes quemadas. Miles de ojos me miraban, enmarcados y colgados de las paredes. Era extraño, pero todos los cuadros estaban completamente quemados a excepción de los ojos. Blancos, brillantes,… parecía que te seguían con la mirada. Mientras avanzaba por el pasillo, pisé una tabla no muy bien colocada y crujió. Mi corazón latió fuertemente, en medio de tan oscuro silencio, el más mínimo sonido me hacía encogerme, como si cada mínimo sonido saliese corriendo y gritando “¡aquí, aquí!”.

Conforme seguí avanzando me di cuenta de que no había una sola puerta. El fondo oscuro fue volviéndose más vivible a mis ojos poco a poco. Y allí, dónde el pasillo se acababa, pude ver el único cuadro sin quemar de toda la casa. Mostraba una bella mujer rubia, a su derecha estaba el que parecía su marido y, más al fondo, en una esquina se podía ver a un niño bastante alto, algo pálido y vestido de traje sentado en un taburete con cara de enojo. A la derecha se veía una bonita encimera y unos azulejos amarillentos. Di la vuelta al cuadro, por detrás había un papel arrugado, y escrito a bolígrafo se podía leer: “Julia Delbosque Couñago y Fernando Delbosque Campos”. Le volví a dar la vuelta y me dispuse a colocarlo en su sitio pero… ¡Cual fue mi horror al ver que el niño ya no estaba donde momentos antes se había hallado sentado! Horrorizado, mis sentidos se alarmaron, miraba a un lado y a otro, mi corazón latía con fuerza. Cualquier sonido, por muy pequeño que fuese, en mi cabeza retumbaba y se hacía grande como el de un cañón al disparar.

Retrocedí por el pasillo, ya sin duda de que los ojos, realmente, me seguían con la vista. Conforme me acercaba a la escalera comencé a oír el sonido de una discusión proveniente de abajo. Bajando la escalera me detuve, escondido tras los barrotes, para observar, como si de un espectáculo real se tratase, al señor y la señora Delbosque.

-Fue un error. ¡No deberíamos haberlo hecho!

-¿Deberíamos? ¡Dime, Fer, -el tono de la mujer detonaba un carácter fuerte y cierta desesperación – dime! ¿Quién fue el que cogió el maldito coche? ¿Quién?

-¿Y que querías hacer tu? ¿Eh? ¿Que fuésemos a hablar tranquilamente de lo sucedido? ¿Qué lo invitásemos a un café? ¡No me tomes el pelo!

-¡Maldita sea, Fer! ¿Es que no te das cuenta de lo que hemos hecho? ¡Hemos matado a un hombre! – Esta última frase resonó y se mantuvo bastante tiempo en el aire, pero ninguno de los discursantes pareció darse cuenta de su resonancia.

Giré la cabeza. A mi lado estaba de nuevo aquel chico, con los pómulos hundidos y los ojos salidos de las órbitas. Al vernos ambos nos asustamos. El niño desapareció, y con el, el señor y la señora Delbosque.

Pude ahora observar que dónde hace poco ellos se encontraban era la cocina, y sin más, me levanté para aventurarme hacia allí. Rebusqué un poco por los cajones, pero todo estaba quemado. Y entonces me di cuenta.

En la esquina, a la izquierda, se podía observar un viejo taburete quemado. A la derecha se observaba una encimera que, aunque quemada, reconocí como la encimera del cuadro. Esto trajo a mi mente la desaparición del niño del cuadro.

Pero allí no tenía nada que hacer y ahora ya no temía a la puerta, ergo me encaminé hacia ella como si algo rutinario fuese. Pero cuando por fin llegué a la puerta y agarré el pomo, me quemé las manos.

¡El pomo estaba al rojo vivo! Retrocedí un poco y, rápidamente y sin darme cuenta, me vi envuelto en llamas. Oí un niño que lloraba en el piso de arriba. Subí la escaleras, ahora en el pasillo había varias puertas y, aproximadamente a la mitad una abierta. El llanto procedía de la pared del fondo. Me acerqué a ella. Allí estaba el cuadro, y en una esquina, lloraba desconsolado y aterrado un niño. El humo estaba llenando la casa y costaba mucho respirar. Corrí hacia la habitación de la puerta abierta para intentar buscar una ventana. Era una habitación de niño, intenté abrir la ventana, pero no pude.

-Déjalo, no puedes, está atrancada.- dijo una voz de niño, proseguida de un sollozo vibrante. – Ellos la han cerrado.

-¿Quién la ha cerrado?

-¡Ellos! - se limitó a decir la voz.

La ventana se abrió de golpe produciendo un gran ruido. A través de ella pude ver al señor y la señora Delbosque.

-¿Seguro que lo que hacemos es lo correcto?

-Seguro-contestó la señora. -. ¿Acaso tienes tú dinero para alimentarlo?

-Pero, - el hombre bajó la mirada, como intentando buscar algo- seguro que hay otra opción.

-¿Otra opción? ¿Qué otra opción, Fer?

-No lo se…-mientras tanto, la pequeña barca comenzó a hacerse a la mar.

-Claro que no sabes Fer, es que no hay otra opción.

-Maldita sea. ¡Cállate ya! No hubiésemos atropellado a aquel hombre si tu no fueses tan insoportable.

-¿Qué soy insoportable? – La mujer comenzó a agitar los brazos y la pequeña barca comenzó a cabecear.

-¡Sí! Lo eres. Estoy harto de ti. – El hombre pegó un fuerte vuelco y, sin querer la barca se dio la vuelta.

La distancia a la costa era demasiada y aquellos pobres hombres se hundieron en las congeladas aguas del lago.

Las llamas me habían rodeado por completo. Bajé por la ventana, cogí mi barca y me eché al lago, con el objetivo de retornar a casa. Conforme me alejaba entre la espesa niebla, miré hacia la casa, y en una de las ventanas pude ver, tan claro como agua pura, a un niño, que con desesperación petaba y gritaba desde ella, mientras el fuego lo consumía.

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