Poemas

Si también te gusta la poesía, deberías echarle un vistazo a mi blog de poemas: Gris pradera verde

¡Maldito alemán!

Recuerda un río, que cruzaba un pequeño valle, donde la hierba crecía alta y el silencio era apenas interrumpido por leves graznidos o zumbidos de animales que poca importancia tienen ahora. Recuerda que aquel lugar era mágico, y que dónde acababa el cielo y comenzaba el terreno de la imaginación, se hallaba una puerta secreta que lo llevaba a lugares insospechados, que le recordaban que había algo más de lo que se percibía a simple vista, y una vez en ellos intuía (tan sólo intuía) la felicidad. Recuerda el sonido de los peces en el río, y el llorar de una niña pequeña no muy lejos de allí. Recuerda el olor de la hierba fresca… y no recuerda nada más, maldito alemán…
Desde que salió de esa maldita cárcel, deambula entre el ruido de los camiones y la gente que se para a observarlo por la calle, pues él no lo sabe, pero lleva aún el pijama de la clínica. En este lugar se siente pequeño y vacío, y su delicado cuerpo corroído por años y años de un pasado que no conoce no aguanta el ritmo de los que por aquí se mueven. Al pasar frente a los cristales de los escaparates observa, curioso, misteriosos aparatos que creía, hace tiempo, conocer, pero que no consigue identificar. Aún así no se detiene mucho tiempo, pues quiere volver, quiere ir al único lugar que recuerda, el único en el que podrá ser libre de nuevo, el único que se salvó del paso del alemán.
Pero por más que anda entre grafitis y contenedores no llega a ningún lado, todas las calles parecen iguales y le cuesta mucho pensar. Cada vez que gira una esquina, se pregunta si ya ha pasado por ahí y si estará andando en círculos. A pesar del caos y la confusión se siente, aún, libre. Lejos de esos extraños que decían ser su familia. No los conoce, y no le importa por qué lo persiguen, él sólo quiere ser feliz, ¿es tan difícil de entender? Parece que sí… no recuerda haber estado en ningún lugar que no fuese aquel maldito edificio lleno de enfermeras sin interés y médicos que sólo hablan en imperativo. Cada día intentando salir… “¡el río!” solía gritar toda la noche, hasta que su voz enmudecía rota por el llanto de su cautividad.
Pero ahora siente que por fin volverá a ser él, porque no recuerda nada, nada que no sea aquel lugar donde su libertad era plena. Dónde de verdad estaba vivo… Puede oler la hierba, y sentir el frescor del agua mojando su rostro. Y sabe que si llega allá, podrá volver a recordar todo lo que ha olvidado. Y le cerrará la boca a ese montón de payasos que creían que todo era culpa de un maldito alemán… Cuando logre ser de nuevo él, podrá decirle al mundo como se llama y comenzar a ser alguien de nuevo... ¿lo ha sido alguna vez? Quizás no… En el bolsillo de la camisa de la clínica lleva el papel que logró rescatar de su mesilla, no comprende los caracteres que este contiene pero sabe que para él significan mucho, aunque ahora no signifiquen nada.
Y al fin comienza a apreciar el contorno de los árboles meciéndose con el viento, y las montañas verdes elevándose sobre los campos cubiertos de flores, recuerda las estaciones… verano, otoño, primavera… ¡No recuerda la cuarta, maldita sea, no la recuerda! Está triste, triste porque hay cosas que se le escapan… El sólo quiere recordar, recordar… ¿Para qué tantas pruebas? ¿Para qué tantos extraños? ¿Qué significaba todo aquello? El frío comienza a calar en sus huesos, el calor de la ciudad ya no lo arropa y la luna comienza a salir.
Entonces comienza a recordar la noche, allá, en ese lugar. La noche allí era también fría, pero no importaba, pues el rocío y las estrellas eran los pinceles mágicos con los que él pintaba maravillosos cuadros en su imaginación, y se alejaba de este mundo para volar en la infinidad del espacio, recorriendo los entresijos de una vida más allá de esta. Recuerda el llanto de aquella niña, y que al caer la noche se acercó a él, con los ojos enjuagados en lágrimas. En la mano llevaba una carta escrita a mano.
¡Letras! ¡Eso es! Coge de nuevo el papel que lleva en la camisa, ahora recuerda por qué es importante, lo observa y sabe que pone algo pero no llega a comprender lo qué. Sus piernas ya comienzan a negarse a responder y su corazón parece acelerado. El poco cabello blanco que le queda no es suficiente para protegerle de la fría noche y su humedad. Pero no es suficiente, sabe que ahora no puede pararse pues comienza ya a observar el río. Está cerca, en el silencio su mente se abstrae hacia el lugar que se abre paso a su vista a escasos metros de él. Y al fin, llega.
Y ahora que está aquí, ya no necesita recordarlo, y por eso lo olvida. Pero todavía tiene el papel en la mano, y como instintivamente se acerca a un árbol anciano dónde el dibujo de un corazón rodea dos nuevos conjuntos de letras. Y esta vez sí, los comprende. “J. x M.”
María… eso es… María… ¿que sucedió? Luces de coches, el frío es demasiado fuerte, se abre la puerta y bajan un hombre y una mujer. «Papá, ¿que haces aquí? ¿No ves que no es seguro que salgas del hospital?» ¿Papá? No… no conoce de nada a esa gente, ¿o sí? ¿Y si se equivoca? Da igual, ya es tarde, y entonces lo comprende. «José», dice, «Soy José». La mujer que había bajado el coche sonríe. Él se limita a coger el papel y observarlo otra vez, mientras lo lee: “Prométeme que me esperarás, prométeme que nunca olvidarás este lugar y que estarás aquí. » Mira hacia los extraños, luego a las estrellas, y mientras grita « ¡Maldito alemán! Me hiciste olvidar a mi familia, me hiciste olvidar quién soy, pero nunca lograste borrar este lugar de mi memoria.» gira la cabeza y observa las excavadoras. No dice nada pero su cara habla por él. «Van a construir un centro comercial, papá. Te expropiaron la casa, ¿no lo recuerdas? El Alzheimer ha avanzado mucho». Y su corazón se rinde, vencido por el frío de la noche, y se para, y su cuerpo cae entre la fresca hierba, al lado de un río en un pequeño valle, mientras él piensa «Alzheimer, sí, ese es… Alzheimer… ¡maldito alemán!».

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